jueves, octubre 16, 2008

Hablando a Solas


Perdido en el hall de mármoles negros
Deshilachando recuerdos
Desmembrando bacterias de sentido
Desconectado.

Hilaridad de dos por medio
Elucubrar reseñas de mal gusto
Por temor al deseo
Descargar tensiones llenando archivos
Pautear siniestros
Llegar al 2050
Siendo más que un huevo tierno

Ser los infinitos cuadrados del tiempo
Ser una carcajada
Metralla de arengas
Concederme plata que aún no tengo

Subir pasos pasos tras pasos
En un escalón verdadero
Perder el tiempo
Cerbataneando ekekos

Decir un ego a punta de lápiz
No estoy loco
Sólo a destiempo
Arabe loco de casco azul
Sempiterno

Mendigo de alquiler
Pensador de recuerdos
Sentado en un pasillo
Escuchando al reino que se acerca
4-0 gol de la “U”.

Tetas de mil formas
Y caderas alucinantes
Potos rellenos
y otros de moda light
sin sabor a veneno.

Todo es
Mucha represión
Ya hay en Lima
Papeles por doquier
Basura irreciclable de comida
Ratones por doquier
Pelo alucinante de cemento
Cloaca estomacal.

Todo tiende al alcantarillado
La mierda baja
El oro flota
Moda techno
Todo light
Full aeróbicos
Fulls medidas
Mucho odio por hacer.
(1995)

lunes, octubre 13, 2008

De qué sirve tener Fe si se tiene Mala suerte (Parte Final)

Cierto día Karl conoció a Sibila. Ella tenía diez primaveras, diez otoños y diez inviernos más que él en su jardín, pero a Karl no pareció importarle pues casi era de su estatura. Como nunca había cortejado una mujer, hizo lo más sencillo: hecho mano de su cultura televisiaca. Le dio un apasionado beso e hicieron el amor, pero por supuesto, los comerciales malograron todo; la cultura televisiaca es a veces traicionera. Sibila era una mujer como muchas pero tenía pocos defectos; tenía unos labios como para comérselos, una mirada que derretiría un helado de fresa y chocolate; tenía una frondosa cabellera que se mecía cada vez que se reía, aunque rara vez lo hacía. Era seria, delicada, misteriosa y hablaba muy suavemente; jamas gritaba ni levantaba la voz.

Karl se enamoró de sus ojos, eran negros, muy negros, parecían muertos, de juguete; su mirada era fija, penetrante como un puñal. Karl pensaba que podía ser perfecta para él, lástima que era mujer! -No todos somos lo que queremos, sino lo que nos dejan ser-le reprochaba Sibila.
Karl y Sibila no se preocupaban de nada, sólo de vivir; cuando uno de los dos estaba demasiado cansado o aburrido, el otro vivía por los dos. Sibila no trabajaba, solo lo hacía para Karl.

Karl estaba como yo, sin saber que escribir en una hoja como ésta, una historia como la nuestra; de pronto se le iluminó el rostro y empezó a escribir; mas no llegó a completar un renglón, pues nada lo motivaba, la iluminación de su rostro había sido el reflejo del fósforo que prendió para fumarse un dedo; eran caprichos que arrastraba de su infancia. Su infancia estuvo llena de caprichos, ella misma fue un capricho de Karl, pero sus padres le consentían todo quizás para compensar su mala suerte. El primer capricho que tuvo fue a los pocos días de nacido; se le ocurrió pararse y caminar, y así lo hizo a pesar de los gritos de los padres prohibiéndole que lo hiciera. Su abuelo decía que había nacido para ser un líder, su abuela aseguraba que era “veintemesino”, pero los dos estaban equivocados. Karl caminó porque le dio la gana y punto.

Sibila solía dormir desnuda y Karl vestido con ella. Era un capricho de ella, en algo tenían que parecerse. A Karl le gustaba ver televisión hasta tarde mientras le hacía el amor a Sibila. Ella, por su parte, practicaba un nuevo método de relajación yoga, lo que hacía más divertido las maniobras, aunque a veces resultaban peligrosas, ya que el televisor no aguantaba tanto peso. Karl y Sibila eran tildados de locos y maniacos sexuales, pero ellos vivían su vida. Con el tiempo su estilo de vivir se convertiría en moda, la que no duraría mucho, como todas las modas que no dictó el “Mesías”.

Un día entró a una iglesia a dejar una limosna en la canasta y unos pecados en la oreja del cura, quien escuchaba una radionovela en una estación AM, por supuesto, que ni lo escuchó, pero le dio una penitencia: un rosario antes de cada comida durante unos cuarenta días. -Si así lo quiere Dios… será por mis pecados-pensó; pero no era por sus pecados sino que el padre confundió la confesión con el guión de la “lolita”.

miércoles, octubre 08, 2008

¿De qué sirve tener Fe si se tiene Mala Suerte?”

¿La Vida? ¿Qué es la Vida? La Eterna interrogante frente a la Vida. ¿Qué podría escribir yo?

(La Madre de todas las Stonuras...1986)

En un lugar desconocido, en un tiempo no vivido, nace Karl. Pero él no nace cuando fue parido sino mucho tiempo después. Fue bautizado en un día que marcaría su vida para toda su muerte.

Nació ese día y tuvo tan mala suerte que no había agua, así que lo tuvieron que bautizar con cerveza negra. Salió tan meloso que todas las moscas se le pegaban y quedaban atrapadas por las patas y por más que se sacudían morían ahogadas en la cerveza sudosa; pero a nadie le importó porque todos celebraban dentro de la casa. Si podía llamársele así a esas cuatro paredes sin más ventanas que dos agujeros hechos por bombas durante la guerra.

Un foco colgaba del techo, si podía llamarse techo a esa trama de pájaros muertos enredados por alambre de púas y recubierto de estiércol. La casa estaba dividida en cuatro ambientes: comedor, sala y dormitorios. El baño quedaba afuera y era una casetucha colocada sobre una pequeña atalaya ubicada sobre el río Nemrod. Muchos caían detrás de sus inventos y aguas al pisar en falso en hueco acusatorio. No morían pero salían tan embarrados de excrementos y orines que tardaban semanas en secarse y luego sacarse la costra fecal que a final terminaba adornando las paredes de la casa como recuerdos de la anécdota.

El día que Karl nació hubo un eclipse de sol justo cuando tomaban la única y última foto donde pudo aparecer él. Claro, la foto se veló, pero a nadie le importó.

Desde pequeño fue inculcado en la fe, el amor al prójimo, a los padres y todas esas cosas que a uno le meten en la cabeza como si fueran zanahorias para hacer un delicioso extracto. Karl no comía en exceso ni tampoco bebió mucho hasta que cumplió los siete años, estaba madurando rápido. Su padre solía pegarle dos veces por semana -a ver si crece un poco- decía. Su madre era tan cariñosa como su padre; la única que no lo entendía era su abuela que no le daba más de una “luca” diaria para su respectivo “mixto”. Karl no tenía hermanos pero sí hermanas: Briggite y Raquel; ellas estudiaban en un internado donde sólo iban chicas con problemas sexuales. Las monjitas las trataban bien y les enseñaban el amor al padre, conocido o no, a la virgen aunque ya no lo fuese y al espíritu santo, que ya no era tan santo ni tan espíritu, ya que se presentaba en el cuarto de las alumnas y las purificaba con el soplo divino.

Karl cumplió 20 años y no había tocado nunca una mujer, aunque estas abundaban en su pueblo. Se caían en las calles de maduras y eran convertidas en dos cosas: o en insecticida o en miel; sus corazones eran vendidos en el mercado “para traer dicha en el hogar polígamo”, pregonaban los putos que los ofrecían a 2 X 1.

(Continuará...)