miércoles, septiembre 02, 2009

Doce años en el Cusco

Tomás había llegado a Cusco hace doce años y se había enamorado de Ruth. Sólo ella lo había auxiliado después de la bronca en la puerta del Kamikase. Le habían reventado la ceja y la boca por estar afanando a un gringuita israelí. Diablos que sí era linda esa muñequita! pensó, aún sobándose la magullada que le propinaron esos “pucasiki”. ¿Estás bien?, le preguntó Ruth y le ayudó a levantarse, le secó la sangre con su pañoleta y poco pareció importarle que se manchara hasta el estropicio.

Tomás se había “acollerado” a esa mancha de “gringos” con un argentino recontra canchero en lides de afanar rubiecitas venidas de Jerusalén. Sólo tenía doce días en Cusco y no quería regresar a Lima desde que recorrió la avenida El Sol y tomó el tour del camino inca de cuatro días.

¿En que hotel estás?, ¿estás solo?, hey, ¿me escuchas?, Tomás abrazó a Ruth para no caerse y se fueron caminando por los portales rumbo a San Blas.

Fue como una premonición. La risa del “sabalero” era abiertamente de traición. Sólo atinó a balbucear “excuse me, I didnt know… ” pero esos hermosos ojos azules se llenaban de cólera. Fue cuando el argentino le gritó entre la música electrónica: la cagaste!! Entonces le cayeron encima Zimmerman y Rothstein y le increparon palabras ininteligibles pero que sonaban a: no te metas con nuestra hermana. Pata bum, dan dan, zuacate! De pronto estaba fuera del local.

Ruth se rió cuando Tomás le dijo las palabras que el argentino le había sugerido decir a la bella. Eran palabras muy subidas de tono y no el “qué linda que eres” que Tomás pensaba que pronunciaba en israelí. “Lo siento pero se fueron juntos“, le dijo Ruth. Tomás descubrió unos enigmáticos ojos negros y se sintió más tonto que nunca: “yo no lo siento, ahora te conozco a ti”.

Ahora no frecuentaba las discotecas ni afanaba gringas. Su trabajo en el banco estaba bien. Su hijo era toda su felicidad, a pesar que hubo épocas difíciles. Se había comprado un terreno camino al aeropuerto. Ruth era una hermosa cusqueña y él sentía que le había robado una joya al Imperio.