martes, marzo 31, 2009

Condenado por una Doncella, devorado por La Bestia


Aún no despierto. Pero el Sueño fue realidad. No una extraña ilusión. No una cruel broma macabra. Aún no despierto. Pero así tengo mis ojos abiertos. No tengo voz. No tengo cuello. Veo las púas y sonrío.

Veo alrededor y aún me siento prisionero. La música terminó hace varios días pero me siento aún obseso. Poseso. Volé por encima del Nacional y ví esas 40 mil almas enardecidas, agradecidas, Eddi-ficadas. Ahí el Aces High! Ahí el Eddie Peruano! Ahí Benjamín Brigg! Ahí el Eddie Marciano!, Ahí 40mil eddies saltando y brincando con puños cerrados sobre una sombra negra encantada y La Norte enarbolando. Incrédulos mientras que la pesadilla de ver el concierto terminar se acercaba. Janick flamea la bandera peruana y se mete al bolsillo a la hinchada.


Como el adicto que se retuerce en la abstinencia, así quedé tras el concierto sentencia. En una bocanada un dulce cigarrito fumado. Una maldita puta bocanada. Dos horas se fueron en flash backs y deja vúes; en chelas, fotos furtivas, sudor y guitarras imaginarias. Puedo decir que no recuerdo el concierto pues fui todo Sentimiento. Cerraba los ojos y viajaba. Mientras los riffs de Murray, Gers y Smith iban hipnotizando como el cuento del anciano marinero. Trazando las miradas, escudriñando miradas una de cada tres. Eddie Cyborg se la corre, está embriagado por el pisco o será por una limeña.

Volé con el albatros y me encontré a mitad del concierto con Ella: la Vida en Muerte rogándole que no termine nunca. Que no me deje ser el Esclavo del Poder. El poder del Heavy Metal! Es tarde, soy un converso rendido ante la voz de Dickinson y compañía.


Maiden no es sólo Metal. Es sinfonía. Es Música Sacra. Es perfecto ensamblaje de guitarras, bajo, voz y batería. Los seis músicos nos trasportan en el tiempo en un viaje por portadas y leyendas. Clásicos que nos poseen y nos llevan a cabalgar contra los rusos, a pilotar los cazas ingleses, a tener temor a la oscuridad, a correr a las colinas y apiadarnos de las indias. A no extrañar los años perdidos y a buscar el santuario en busca de perdón y cobijo.


Iron Maiden los posee y ellos no se dan cuenta. Están todos en primera fila. Los vuelven esclavos del bajo de Harris en su traquetear infernal. Son los hijos de los condenados y ahí van. Están sentenciados a esas melodías épicas como bolas y cadenas al tobillo. Van marchando como las ratas de Hamelín. A pesar que se resisten, todos en el José Díaz, caen bajo el embrujo de la Doncella. Tienen miedo a la Oscuridad del Silencio. Se rinden ante La Bestia pero regresarán a sus celdas frías. Amen.
(Fotos Cortesía Terra)
Les dejo un par de videitos para rememorar el concierto...