miércoles, febrero 18, 2009

Saiki

“Ven Saiki –pidió Al-Ebeiba- coge el cuchillo y caliéntalo en la fogata”. Saiki tomó el puñal y esperó que las flamas naranjearan la hoja; luego lo clavó en la arena para finalmente dejarlo sobre unas piedras. “Ahora, cortarás la herida y sacarás el veneno, succiónalo y escupe”. Saiki siguió las indicaciones entre asqueado y resignado. Echó licor a la llaga y Al –Ebeiba rasgó la noche.“Ahora ya podré dormir Saiki, es tarde para estar despiertos”. El viento arreció en la noche pero la carpa no parecía preocuparse; la arena azotaba los toldos y Saiki velaba a Al-Ebeiba.Por la mañana Saiki cubría a Al-Ebeiba; con las cenizas de la fogata le embadurnaba el rostro pálido y éste parecía sonreírle. “Era una serpiente muy grande Al-Ebeiba, no debiste haberla pisado”. Miró la piel de serpiente que se secaba aún fresca. Tomó un trago de licor y escudriñó los espejismos. Entonces, comprobó que no se habían ido.Cuando terminó de untar las cenizas y la grasa de serpiente, el rostro de Al –Ebeiba estaba perfectamente maquillado, era una máscara viva con una mueca atónita. “Así los buitres no masacrarán tus ojos, Saiki” –remedó a Al-Ebeiba. Guardó su puñal al cinto y escupió en la arena. “No debiste pisar la serpiente hermano, con ellas no se juega”. Saiki prendió fuego al campamento y se alejó hacia la selva.Al-Ebeiba, rostro de luna, se encarnó en la candela, subió con el humo alto, donde los buitres no llegan.

(1990)