De qué sirve tener Fe si se tiene Mala suerte (Parte Final)
Cierto día Karl conoció a Sibila. Ella tenía diez primaveras, diez otoños y diez inviernos más que él en su jardín, pero a Karl no pareció importarle pues casi era de su estatura. Como nunca había cortejado una mujer, hizo lo más sencillo: hecho mano de su cultura televisiaca. Le dio un apasionado beso e hicieron el amor, pero por supuesto, los comerciales malograron todo; la cultura televisiaca es a veces traicionera. Sibila era una mujer como muchas pero tenía pocos defectos; tenía unos labios como para comérselos, una mirada que derretiría un helado de fresa y chocolate; tenía una frondosa cabellera que se mecía cada vez que se reía, aunque rara vez lo hacía. Era seria, delicada, misteriosa y hablaba muy suavemente; jamas gritaba ni levantaba la voz.
Karl se enamoró de sus ojos, eran negros, muy negros, parecían muertos, de juguete; su mirada era fija, penetrante como un puñal. Karl pensaba que podía ser perfecta para él, lástima que era mujer! -No todos somos lo que queremos, sino lo que nos dejan ser-le reprochaba Sibila.
Karl y Sibila no se preocupaban de nada, sólo de vivir; cuando uno de los dos estaba demasiado cansado o aburrido, el otro vivía por los dos. Sibila no trabajaba, solo lo hacía para Karl.
Karl estaba como yo, sin saber que escribir en una hoja como ésta, una historia como la nuestra; de pronto se le iluminó el rostro y empezó a escribir; mas no llegó a completar un renglón, pues nada lo motivaba, la iluminación de su rostro había sido el reflejo del fósforo que prendió para fumarse un dedo; eran caprichos que arrastraba de su infancia. Su infancia estuvo llena de caprichos, ella misma fue un capricho de Karl, pero sus padres le consentían todo quizás para compensar su mala suerte. El primer capricho que tuvo fue a los pocos días de nacido; se le ocurrió pararse y caminar, y así lo hizo a pesar de los gritos de los padres prohibiéndole que lo hiciera. Su abuelo decía que había nacido para ser un líder, su abuela aseguraba que era “veintemesino”, pero los dos estaban equivocados. Karl caminó porque le dio la gana y punto.
Sibila solía dormir desnuda y Karl vestido con ella. Era un capricho de ella, en algo tenían que parecerse. A Karl le gustaba ver televisión hasta tarde mientras le hacía el amor a Sibila. Ella, por su parte, practicaba un nuevo método de relajación yoga, lo que hacía más divertido las maniobras, aunque a veces resultaban peligrosas, ya que el televisor no aguantaba tanto peso. Karl y Sibila eran tildados de locos y maniacos sexuales, pero ellos vivían su vida. Con el tiempo su estilo de vivir se convertiría en moda, la que no duraría mucho, como todas las modas que no dictó el “Mesías”.
Un día entró a una iglesia a dejar una limosna en la canasta y unos pecados en la oreja del cura, quien escuchaba una radionovela en una estación AM, por supuesto, que ni lo escuchó, pero le dio una penitencia: un rosario antes de cada comida durante unos cuarenta días. -Si así lo quiere Dios… será por mis pecados-pensó; pero no era por sus pecados sino que el padre confundió la confesión con el guión de la “lolita”.
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